Cuando “acepté el reto” de comenzar un blog, lo que me proponía era, sobre todo, comprometerme personalmente al ejercicio frecuente de escribir, es decir, de obligarme a pensar ordenadamente, lo cual implica no sólo el ejercicio intelectual sino, de modo particular, la disciplina de sacar un tiempo periódico para la tarea.
Ambos cuestan, pero en el segundo ¡estoy bastante aplazada!
Desde mi último post a hoy se presentaron el cierre del año escolar, las vacaciones, el inicio del curso, la aparición de nuevos proyectos, accidentes y reparaciones… y un sinfín de menudencias que pudiera esgrimir de excusas, pero que lo serían muy débilmente.
Podría decir –no lo haré, pero podría− que “no he tenido tiempo” y algo de cierto habría en ello, quizás un poco más si dijera “me ha faltado tiempo”. Pero a la hora de la verdad, ambas justificaciones serían equivocadas.
La razón de fondo de estos ¡cuatro! meses de silencio en el blog (hago la acotación adrede) es una y sólo una: falta de organización. Tiempo hay, pero tantas veces nos –me− falta el orden necesario para aprovecharlo mejor y hacerlo rendir.
Por “suerte”, la vida humana es un continuo comenzar y recomenzar de nuestras distintas actividades y relaciones que nos permite rectificar el rumbo tantas veces como haga falta, mientras tengamos −aunque pueda sonar exagerado− la valentía para reconocer las propias limitaciones y hacer los esfuerzos necesarios para superarlas y seguir adelante, con la intención de que los nuevos intentos sean y nos hagan mejores.
Cabe también, por supuesto, la posibilidad de rendirse: de pactar con los defectos y los vicios, de esconderse por miedo detrás de un “es que soy así, no hay nada que hacer”; conformarnos con las excusas y justificar los errores hasta el punto de creer que “no queda otra”, que “no somos capaces de más” y que hay que dejar las cosas como están. De no atrevernos a reintentarlo.
Es entonces cuando hace falta valentía.
Tal como nos plantean Tris y Tobías en la saga Divergente (confesión: hace poco terminé de leerla por ¡segunda! vez), muy pocas veces (o nunca) se nos ocurre que necesitaremos ser valientes en los pequeños momentos de la vida, pero lo cierto es que nos hace falta con más frecuencia de lo que creemos. Aquellos de Uds. que la han leído –¡leído!: la película le es fiel en poco más que los nombres−, recordarán las reflexiones finales de Tobías, cuando dice
En este mundo hay muchas formas de ser valiente. A veces, la valentía implica dar la vida por algo más importante que tú o darla por alguien. A veces implica renunciar a todo lo que has conocido o a todos los seres queridos por un bien mayor.
Pero no siempre es así.
A veces no es más que apretar los dientes para soportar el dolor y el trabajo de cada día y así caminar poco a poco hacia una vida mejor.
Esa es la valentía que necesito ahora.
Y también yo: para organizarme mejor, para sacarle mejor provecho al tiempo, para recomenzar este ejercicio.
¡Vamos a ver qué tal nos va!